Messi, historia de lo que pudo ser.

El FC Barcelona hace tiempo que se ha abonado a los veranos tempestuosos. De hecho, desde la ya lejana llegada de Neymar, previo al curso 2013-14, no ha habido una sola temporada en la que el Barça no esté envuelto en polémicas de todo tipo, condenado por culpa de unos dirigentes nefastos a ofrecer muchas veces una imagen lamentable como club.

Ya instalados en la actualidad, ayer llegaba el momento que todo socio y seguidor blaugrana hubiera querido evitar, el del anuncio oficial de la marcha de Lionel Andrés Messi, el jugador más decisivo de la historia de la entidad y uno de los mejores futbolistas que ha parido el fútbol mundial desde su reglamentación, hace casi 158 años. Incluso hay mucha gente, este servidor incluido, que piensa que el astro rosarino es la estrella más brillante de todas las épocas en el firmamento futbolístico, pero esa ya es una cuestión de subjetividades.

Lo que no es una cuestión ni de opinión ni de interpretación, sino un hecho objetivo, es que, desde la temporada 2004-05, el primer equipo del FC Barcelona ha tenido (y puede seguir teniendo, pues hasta que no se consume un acuerdo entre Messi y otra entidad no doy nada por sentado) a un jugador para haber marcado no sólo una época, sino directamente el siglo XXI, tal y como su némesis, el Real Madrid, lo hizo en su día con aquel equipo liderado por Alfredo Di Stéfano, ese de las primeras cinco Copas de Europa.

No obstante y pese a tener en sus filas a este futbolista maravilloso que es Messi, el club de Les Corts ha fracasado muchas más veces de las que ha salido por la puerta grande en donde realmente importa, que es en Europa.

Si quieren no contamos las eliminaciones de la época Guardiola contra Inter de Milán y Chelsea, en 2010 y 2012 respectivamente, pues en esas eliminatorias el Barça siempre supo competir como su camiseta se lo demanda, y fueron factores puntuales los que determinaron la caída, eso sí, contra equipos muy buenos, sí, pero que -con todos los respetos- parecían poca cosa junto a un Barça de Guardiola totalmente abocado a sumar aquellas dos Champions.

Vale, pues dejamos a un lado esos dos precedentes, pero ahora bien, ¿cómo se puede explicar que un equipo en el que juega Messi pierda 7-0 una eliminatoria de semifinales?, ¿o que un underdog como la Roma le dé vuelta un 4-1 en cuartos de final?, ¿o que al año siguiente se vuelva a dejar remontar una diferencia de tres goles, teniendo una nueva Champions a tocar? Ya si sumamos París y Turín, los KO’s de 2014 y 2016 frente al Atlético de Madrid y el 2-8 de Lisboa, en una nueva paliza propinada por el Bayern, el rubor es evidente.

La única explicación que puedo encontrarle a esta sangría de ridículos europeos del Barcelona es la nefasta y calamitosa gestión, como decía Laporta esta mañana, de una junta directiva patológica en todos los sentidos para el club. Lamentablemente, ese cáncer que padece la entidad desde tiempos inmemoriales ha sido claramente alimentado por una masa social pasiva y consumidora de los medios de información títeres de la corriente ideológica que tanto daño ha hecho no sólo al FC Barcelona como club, sino a Cataluña en general.

Ese conservadurismo nauseabundo que hipnotiza a una sociedad avejentada y poco crítica, mientras los grupos de poder, las mismas esferas preponderantes de siempre, siguen campando a sus anchas. Ese conservadurismo que se adueña de las instituciones que son bandera del país, como el FC Barcelona, que de golpe se reencuentra una y otra vez con sus viejos fantasmas, cuando se pensaba que con la primera época de Joan Laporta en la presidencia, el club había evolucionado hacia otra dirección. En fin, ese conservadurismo de Grupo Godó, que vende “dobletes históricos” donde lo único que hay es la involución de un club que estaba destinado a marcar, como lo decía en líneas anteriores, una nueva época; y ese conservadurismo del socio, que, idiotizado, compra cada titular.

Todo comenzó en 2010 con los socios y su afán de auto sabotaje. Infectados por el pesimismo costumbrista, ellos, los socios, fueron los que devolvieron al club a su realidad más rancia votando como presidente a Sandro Rosell y a su junta directiva. Al principio, cuando la inercia del Cruyffismo aún reinaba, todo parecía alegría, pero de a poco el cáncer fue siendo notorio y las crisis comenzaron.

Escándalos como el Caso Neymar, por el que Rosell fue a dar a la cárcel en 2014, y el hecho de que, para salvar su pellejo, la junta directiva permitiera que se imputara judicialmente al Barça, no fueron suficientes para que el socio reconociera la toxicidad de esa cúpula, y en 2015 votaron presidente al segundo de Rosell, Josep Maria Bartomeu. El resto ya es historia… fichajes inexplicables con sus respectivas comisiones para dirigentes, manutención de vividores dentro de la junta directiva, negocios malolientes, chanchullos como el Bartomeugate, etcétera, etcétera. Una lista de innumerables agravios que se fueron acabando la salud del que fue con diferencia el club más potente del mundo en la primera década de este siglo y en los comienzos de la anterior.

Como era inevitable, ese cáncer hizo metástasis en lo que es sagrado para el hincha, aquello que realmente valora, el césped. ¿Cómo esperar que una gestión tan dolosa, con decisiones tan nocivas en todos los ámbitos, no permee en lo deportivo? Imposible. Justamente en la parcela deportiva, el club fue dando bandazos sin tener nunca una dirección clara y con hasta cuatro directores deportivos diferentes. Unas improvisaciones que repercutían en el banquillo, ya que desde Guardiola seis entrenadores pasaron por el Barça, algunos con más éxito, otros con menos, pero ninguno, ni siquiera Luis Enrique y su Champions de 2015, pudo evitar que el Barcelona entrara en una dinámica de progresiva decadencia hasta caer con el mayor de los estrépitos.

Se fue Neymar en 2017 y lejos de utilizar los 222 millones de euros de la cláusula de recisión en varios fichajes de calidad, comenzó a hacerse una constante la contratación de jugadores –algunos lesionados- elevados a precio de oro, naturalmente con fichas enormes, y las renovaciones a largo plazo a futbolistas de mediana-avanzada edad dentro de la plantilla, permitiendo, claro está, el envejecimiento y frenando el recambio adecuado. Y todo, vuelvo a repetir, con la complicidad del socio más rancio.   

Habiendo expuesto todo esto, era muy normal que esta decadencia en la que el FC Barcelona está inmerso en todos los niveles salpicara a Messi, desde lo deportivo, con la obtención de cero Copas de Europa a partir de 2015, hasta lo económico, ahora que esta nueva junta directiva no ha encontrado la fórmula de hacer cuadrar una masa salarial disparada gracias a la animalidad de Bartomeu.

Por lo tanto y habiendo mantenido al dúo Rosell – Bartomeu en el poder hasta prácticamente el final de su mandato, antes que buscarle culpas a Laporta por la posible marcha de Messi, el socio bien haría en callarse y asumir como propia la responsabilidad de que su club, teniendo hace 17 temporadas en su primer equipo a un jugador sin precedentes en la historia del juego, no fue capaz de dominar el continente. Por el contrario, fue su gran rival, el Real Madrid, el que siguió usufructuando –como en las viejas épocas de Di Stéffano y compañía- su idilio con la Copa de Europa. Y eso es algo que los socios se tienen que llevar a la tumba.

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