EL VERANO de Tri: Claroscuros de estrellas y estrellados.

Hoy, aprovechando el calorcito, me apetecía hablar de manera breve, ya sin la sangre caliente, sobre el verano de claroscuros de las selecciones mexicanas de fútbol.

Un verano gris donde por un lado la selección guía, ejemplo, aspiracional, el representante mayor del fútbol del águila y la serpiente, perdió dos finales ante el ‘odiado’ rival (Estados Unidos, la US Soccer); la CONCACAF Nations League y la Copa Oro, mostrando de todo menos actitud frente a dos equipos de las barras y las estrellas plagados de jóvenes y en plena construcción.

Por el otro, un conjunto de soñadores realistas que disfrutan todavía del juego. La selección sub-23 de Jaime Lozano, que desplegando un fútbol ofensivo y alegre solo cayó en los 90 minutos frente a Japón en fase de grupos y se alzó con la medalla de bronce dentro de los juegos olímpicos de Tokio 2020 disputados en este 2021.

Dos selecciones, dos realidades del fútbol del mal llamado ‘país azteca’ (y digo esto porque en lo que ahora es México no solo vivían los mexicas).

Entiendo, y sin ánimo de parecer moralejo, ni viejo gruñón que nada le alegra, mucho menos catastrofista, que en una competición siempre existe la posibilidad de perder. Y que esto en el deporte rey es normal; sin embargo, y más hablando de profesionales, como existen formas de ganar (Menotti-Bilardo, por ejemplo), también las hay de perder. Y es este, exactamente, el hilo conductor de esta reflexión.

Tenemos dos protagonistas actuando en dos escenarios distintos y son increíbles las diferencias mostradas entre uno y el otro; sobre todo cuando provienen de la misma base.

Mientras el representativo mexicano en juegos olímpicos fue la mejor ofensiva del campeonato, con 17 tantos, cuatro por encima de Corea del Sur y a siete del campeón Brasil (también hay que decir que concedió siete goles), siendo el tercero que más ocasiones generó. Teniendo en el top 10 de goleadores a tres seleccionados, Córdova con 4, en segundo sitio y solo a uno de Richarlison (el jugador brasileño del Everton), más Alexis Vega y Henry Martin con 3.

El combinado olímpico derrotó a Francia, Sudáfrica, Corea y Japón (con quien perdió en fase de grupos pero le quitó la medalla de bronce, tomando revancha de aquellas Olimpiadas de México 68 donde Japón hizo lo mismo al tricolor), cayendo solo contra Brasil en semifinales y en penaltis, donde todos sabemos que es una ruleta rusa, dentro de un partido muy parejo, 50/50 para cada equipo en el tiempo regular.

El cuadro mexicano, sin Juan José Macías, ni Hirving Lozano, exhibió un fútbol honorífico, digno de lo que 130 millones de mexicanos (160 si contamos a inmigrantes y descendientes en la Unión Americana) se merecen y quieren ver. Es el tipo de fútbol que realmente representa al país.

Las selecciones juveniles de México han demostrado en los últimos 20 años que las barreras se pueden romper, que se puede competir al tú por tú a cualquiera. Dos mundiales sub 17, oro en Londres 2012, bronce en Tokio, etcétera.   

Entonces ¿qué carajo es lo que se pudre siempre con la selección mayor? Porque cuando estos mismos seleccionados pasan al representativo principal, ese ímpetu, el talante, la actitud agresiva, el divertirse, las victorias, parece que se pierden. Y entonces tenemos victorias como contra Francia en Sudáfrica o Alemania en Rusia, donde se cree todo el trabajo hecho, se bajan los brazos y después pierdes contra Suecia o Corea y te quedas soñando cosas chingonas.

A veces creo que el único problema de México, no para ser campeón mundial (porque le queda muy lejos todavía), pero por lo menos para pasar del mentado quinto partido (a cuartos de final de un mundial) radica en la actitud. Exclusivamente en la actitud. En cómo enfrentas los desafíos saliendo de tu zona de confort, esa creada por muchos medios, muchos aficionados con su incredulidad, pero sobretodo (y hay que asumir la responsabilidad, porque los otros no juegan) la de los propios futbolistas. A veces parece que por tener dos o tres millones en tu cuenta bancaría, el éxito ya lo tienes y no necesitas esforzarte más… No hay más qué ganar.

La selección mayor, más allá de sus ausencias por lesión o no (entiéndanse Lozano o Jiménez, Hernández o los convocados a Tokio 2020), perdió la Nations League, primero, ante un Estados Unidos de Pullisic (sin más, con todo respeto), con falta de calidad, creyéndose ganador antes de jugar y sobretodo, pareció, sin hambre. No le puedes cargar todo a Corona o Herrera.

Más tarde, en la Copa Oro lo mismo, ante Estados Unidos pero sin Pulllisic… Patético.

Insisto, la posibilidad de perder siempre está y el fútbol en la actualidad ha acercado distancias entre ‘débiles’ y “fuertes”, pero hay formas de ganar y perder y la selección del Tata Martino mostró malas maneras ante Trinidad y Tobago (0-0), muchas dudas frente a Guatemala (3-0), terror frente a El Salvador (1-0), calma frente al, quizás, peor Honduras de los últimos tiempos (3-0), se vio disminuido por Canadá (2-1), a pesar de la victoria In Extremis en el descuento con gol cortesía de Héctor Herrera. Festejando como si se ganase un mundial (ojo, habías sufrido todo el encuentro contra CANADA…).

Y en la final la misma actitud, tibieza, ‘sobradés’, mucho gesto, poca concentración y calidad. Contra la supuesta selección ‘C’ de Estados Unidos (que ante la falta de ‘estrellas’, la prensa o afición no conozca a los jugadores no los convierte en categoría “c”), jugándote al minuto 117’ en tu área, definir todo por los once pasos. Hasta que la justicia del fútbol te da el mazazo en la cara, con gol de Miles Robinson a pase de Kellyn Acosta (el del Colorado Rapids) y los sueños, los bochornos, la vergüenza, te cae encima y comienzan los pretextos: Que la falta de apoyo; que hay que estar en las buenas y en las malas; que a veces se pierde… Pero nunca, nunca, nunca, verdadera y profunda autocrítica.

La US Soccer becando jóvenes para que jueguen en inferiores en Europa, que crezcan futbolísticamente en post de un futuro mejor y tú premiándolos con sueldos estratosféricos y trato mediático digno de dioses del olimpo, para que pierdan piso, se crean Messi, menosprecien a los rivales, bajen el ritmo y pierdan finales.

En fin… Ojalá el futbolista mexicano promedio nunca perdiese la picardía y la alegría de jugar, que se diese cuenta de lo afortunado que es. Que no se olvide de los sueños, que no automatice al juego.

Pero algo pasa, está claro. Y la respuesta a todo ello, más allá de entrenadores, estrategias, tácticas o circunstancias concretas de tal o cual partido (pretextos como el #noerapenal), sospecho que se encuentra más en jugar con estrellados que con estrellas.

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